"Soy un romántico incurable. Hace justo tres semanas le hablé bajito a la naturaleza sin pensar –insensato– que ciencia y sentimientos no siempre se conjugan. Como Pascal, dije cosas que brotaban del corazón, no de la razón. Y varios lectores reclamaron. En aras de la honestidad intelectual, debo corregir el expediente.
Al parecer, las vaquillas de mi bucólica historia sentimental (al estilo de Flaubert) no eran tan inocentes. Llevan en el vientre la semilla del mal. Al ingerir pasto y granos concentrados son presa inexorable de los rigores de su aparato digestivo y, entre gases, eructos y boñiga, van poblando los potreros de un gas de efecto invernadero 20 veces más dañino que el mefistofélico CO2. Vil metano es lo que cagan las vaquillas. ¡Canallas!
Yo creía que esos adorables semovientes eran parte integral de la naturaleza, creadas por Él para servir al hombre. Pero me equivoqué. Son hijas de Belcebú. Veamos los siguientes datos: hay 4.300 millones de vacas en el mundo, se comen el 90% de la soja y maíz que se produce, utilizan una tercera parte del área cultivable, y se requieren 7.000 litros de agua para producir 100 gramos de carne de ternera, o 25.000 litros de H2O para el total de 225 gramos de carne que consumimos nosotros, los carnívoros.
Lo anterior sería suficiente para condenarlas a muerte, junto a su flamante cow parade municipal, y compelir a la humanidad a ser vegetariana. Sobrarían zonas arables, el agua disponible sería más abundante y los humanos, al ser vegetarianos, sufriríamos menos por la ingesta de la grasa saturada de la carne, evitaríamos las enfermedades cardiovasculares y el cáncer de colon (ubicado en una esquina del derrière ) y no transpiraríamos tan feo. Viviríamos, sin duda, una vida frugal y austera. Un recalcitrante carnívoro, hoy reconvertido, me ofreció un menú vegetariano de transición: la palma de las manos, la planta de los pies, la raíz del rábano, la pepita del chayote, el ombligo del zapallo, pedúnculos de ayote y un buen palmito…
Desde luego, no acepté. Se me salió el economista liberal que llevo dentro. ¿Cómo forzarme a ingerir lo que no me viene en gana? El sistema de libre mercado expresa el sentimiento colectivo de los consumidores mediante la suma de las demandas individuales por distintos bienes y servicios, incluyendo carne. Si lo que deseo es mandarme un buen bistec, con papitas a la francesa y recubierto de cebollitas fritas bañadas en delicioso colesterol, ¿por qué conminarme a tener que aspirar, compungido, el recóndito aroma de los pedúnculos? Yo me derrito ante un buen T bone . Pecado, mundo y carne: he ahí mi confesión. Soy hijo de Belcebú."
Jorge Guardia | jguardia@nacion.com
Tomado de La Nación, 09-06-09
No hay comentarios:
Publicar un comentario