17 abril 2017

Frasco por Suramérica - 11 - De Bogotá a El Coca

Yo me despiché el dedo el 23 de marzo. Ya van tres semanas de lo que se supone un período de cuatro a seis. Pronto voy a estar de vuelta troleando por todo lado. Entre tanto, sigo manejando.

Sí Celia, yo se... dígale a John que sí soy un huevón.

Día 1 - De Bogotá al Desierto del Tatacoa

Y bueno, ya después de abusar de la confianza de Celia y John en Bogotá por cinco noches, finalmente me despedí y, no sin antes dejar botada la botella de Salsa Lizano que Moon me llevó a bogotá, salí finalmente el miércoles santo de la Ciudad de Bogotá y con destino programado al Desierto del Tatacoa. La salida de la ciudad, tal como John pronosticó, y a pesar de ser un día festivo a las 9:00 se tardó su buena hora y tanto. Las presas en Bogotá son cosa seria a pesar de las anchas avenidas y el abarrotado Transmilenio. Ya saliendo de la capital hacia Soacha se encuentra uno con una de las realidades de las carreteras colombianas, todas pasan por el centro de los pueblos. Esto significa cantidad de reductores de velocidad, zonas escolares, cruces, semáforos y cuanta cosa más. Cruzar Soacha fue otro viacrucis.

Eso sí, cuando finalmente se sale de Soacha, se encuentra uno con fuerte autopista de dos carriles por vía, subiendo los cerros al suroeste de Bogotá. Lo primero que nota uno es la cantidad de policías, retenes militares y policía de tránsito a la orilla de la autopista, con varias variantes a lo que se había visto hasta ese día. Primero, los policías están apostados sólos o en pareja, a una distancia de al menos un kilómetro entre un grupo y otro; esto a diferencia de los retenes que normalmente hacen en grupos de hasta 15 oficiales. La mayoría están ahí pie, no tienen vehículo cerca. La policía de tránsito también está parqueada a distancias similares de los policías, con la diferencia de que estos sí tienen sus motos estacionadas al lado aunque tampoco hacen retenes ni detienen a nadie. Finalmente el ejército tiene soldados apostados a ambos lados de la vía, con tanquetas y todo su armamento, saludando a los viajeros con rótulos que desean feliz semana santa. Queda claro que la intención del gobierno no es velar por el cumplimiento de las leyes de tránsito sino simplemente dejar claro el control ejercido sobre la vía, espantando los viejos fantasmas de grupos rebeldes que atacaban a los viajeros y los secuestraban para pedir rescate.

El camino arranca por los cerros y baja al cañón de un río, impresionante ver dónde fueron a meter una autopista y cómo nunca se preocuparon por estabilizar taludes. De verdad que en Colombia a uno no le caen rocas del cielo de milagro. Después de eso se sale a llanuras flanqueadas por las sierras central y occidental. Ahí, la autopista sigue con dirección a Ibagué, mientras que hacia Neiva uno sigue por una carretera ya de un carril por vía.

Después de almorzar en un estadero y ver el primer tiempo del Bayern Munich y el Real Madrid, llegó la hora de salir de la carretera principal y meterse al desierto. Obviamente agarré la entrada trasera, que arranca pasando por dos túneles de un antíguo tren y pasando en el antíguo puente del tren sobre el imponente Río Magdalena. El camino sigue entre cultivos de pasto y uno por momentos de verdad se pregunta si hay un desierto cerca, hasta que se abre a la vista.

Obivamente, dado que yo iba para el desierto, llovió toda la semana anterior en el Tatacoa. El desierto se volvió verde con árboles y pasto felíces con el agua extra. Al llegar ya al "pueblo" (pueblo es mucho decir), seguí por el camino del desierto y busqué un lugar como a 100 m del camino, oculto para quienes viajan por este. Yo podía escuchar los carros pasando por el camino, pero ellos no me podían ver ni a mi, ni al Jimny. Ahí monté tienda y me preparé para la famosa noche estrellada del Tatacoa.

El túnel del viejo tren.

El Tatacoa en verde.

Wild Camping se define como acampar en una zona pública, que no es una área de camping oficial y que no tiene servicios de ningún tipo.

La vista desde la tienda.

Y bueno, desde luego las estrellas no salieron. El cielo estuvo totalmente nublado toda la noche. Igual la pasé de lo más bien, el clima estuvo más bien fresco y al amanecer lloviznaba, por lo que hacía fresco y estaba apenas bueno para leer y dormir. Igual ahí me pasé esperando que aclarara el cielo para ver si en la segunda noche lograba ver las estrellas.

¡Y se me cumplió! El cielo se abrió a medio día y el sol cayó directo sobre la tienda toda la tarde. El calor fue insoportable y no me quedó otra que meterme al carro y poner el AC. No me enorgullezco, pero fue la única opción. Al anocher ya el calor bajó y logré salir a cocinar, ver el anochecer y ver algo de las estrellas antes de que se volviera a nublar por completo el cielo.

La segunda noche no la pasé tan bien y fue difícil dormir. Primero fue el sonido de la disco en el pueblo, a eso de 1 km de distancia de mi tienda, que hacía eco por todo el desierto y sonaba como si estuviera al lado. A media noche apagaron la disco y algún grupo de turistas decidió sacar guitarras y timbales y serenatear a los vecinos. Esos se fueron apagando a eso de las dos de la madrugada. Y a las tres y tanto fueron los sonidos de una manada de ovejas que decidió pastar alrededor de mi tienda. Igual a las siete de la mñana estaba haciendo café para recoger todo antes de que subiera el sol y el calor lo hiciera imposible.

El pájaro sobre el cactus.

Hay que cuidarse de no majar estos cuando uno maneja por el Tatacoa.

En la tarde me pegué una pequeña caminada hasta la siguiente loma.

Y el café para cerrar la tarde.

La respuesta a la pregunta que todos se hacen pero nadie se atreve a decir.

Legal que es bonito ahí.

Sí vi una estrella, la ví todo el día. Y al anochecer se despidió como los grandes.

Día 3 - Del Desierto del Tatacoa a San Agustín

Un carajo proveniente de Huila que me encontré en Palmonio me recomendó visitar San Agustín. El parque nacional ahí tiene una colección de piedras talladas pre-incaicas y mi plan siempre fue llegar ahí, pero ya que no podía caminar la idea se volvió menos atractiva. Igual salí del Tatacoa con dirección sur y al llegar a Pitalito tenía que decidir si seguir a Mocoa o entrar a San Agustín. Era viernes y se me ocurrió que siendo un lugar mucho más turístico, San Agustín tiraba más para la fiesta. Ahí me conseguí un lugar para acampar, y cuando hice a agarrar a buscar un bar me enteré de la triste noticia de que era Viernes Santo y había ley seca. No quedó más que echarse los whiskitos en la tienda.

El día siguiente el dueño del camping me conseguió una cabalgata de 5 horas por la zona por 35 kCOP (US$ 1 aprox 2850 COP), acompañando a un grupo de Bogotenses muy tuanis. La vuelta estuvo vacilona, se logró ver piedras parecidas a las que hay en el parque, que se han encontrado en terrenos privados. Sí quedé con ganas de pasar a la vuelta para ir al parque.

En la noche salí otra vez a buscar fiesta y me topé con las procesiones de Sábado Santo. Al final llegué al bar que me recomendaron, pero nunca pasó de tener más de cinco clientes, así que igual me fui a dormir para salir temprano el día siguiente.

Un Chamán con un cuchillo ceremonial en una mano y un bebé en la otra.

Otro Chamán.

Las piedras talladas de La Chaquira.

El Cañón del Río Magdalena.

Mi fiel corcel. Lo bauticé Salchi.

Día 5 - De San Agustín a Mocoa

Siguiendo hacia el sur está la Ciudad de Mocoa. Y obviando las múltiples recomendaciones de John y Celia igual me enrumbé hacia allá. En la noche del 31 de marzo al 1ero de abril de este año, hace menos de tres semanas, la montaña se le vino encima a la ciudad. Más de 300 fallecidos confirmados, número que sube día a día. Otra cantidad semejante de personas desaparecidas y barrios completos convertidos en campos de piedras. Triste desenlace a una situación que expertos (Geógrafos... ¿se imaginan un mundo en el que de hecho sirven de algo?) ya habían advertido en múltiples estudios. Falta de planificación urbana de ningún tipo ante la llegada en décadas pasadas de miles de personas desplazadas por las guerrillas, que hace 10 o 20 años vinieron a Mocoa sin una sóla posesión y que ahora se ven en la misma situación al tiempo que buscan los cuerpos de sus familiares. No se puede sino sentirse identificado y recordar nuestra propia Upala.

Ya para este momento uno pasa por el centro de la ciudad y no se ve tanta destrucción como en las tomas de los noticieros hace un par de semanas. La gente va y viene en su vida normal, pero se notan pequeños detalles que dicen que las cosas no están bien. Olores fuertes, difícil decir a qué sustancia, gente con mascarillas sobre sus caras, soldados y policías por doquier y el barro seco en todas las calles dan pistas de que es un pueblo que apenas se está despertando de su momento más triste.

Obviamente no me metí a los barrios destruidos, sino que las fotos las tomé desde la calle principal. Tampoco me quedé en el centro, sino en un hostel ya camino a Villagarzón, vacío porque no hay turstas pasando por la zona.

La imágen río arriba desde uno de los puentes del centro.

La entrada a uno de los barrios afectados.

Repartición de víveres y donaciones en uno de los refugios.

Día 6 - De Mocoa a Coca

No más salir de Mocoa se empieza a bajar y Villagarzón ya es un pueblo instalado en una llanura que sigue hasta el horizonte. Aquí ya es zona de influencia del Amazonas y el terreno es ondulado, cruzado por ríos muy grandes y dedicada sobre todo al ganado. Las ventajas de haber manejado en Semana Santa ya son cosas del pasado y volvieron los pasos regulados. La calle en general es mala, pero están modificándola y pasandola a calle de concreto. La idea de venirse por acá es la de pasar a Ecuador por la frontera de San Miguel, que se dice es mucho menos transitada que el puesto de Ipiales. Aparte de eso, entraría por el Amazonas Ecuatoriano y eso simplemente suena muy interesante.

¿Quería Amazonas? ¡Tome su Amazonas!

Eso de perder la banca es bien peligroso.

Dios nos libre a los ticos de tener ríos como estos. Si no podemos hacer puentes ni sobre el Virilla.

La industria petrolera en estas llanuras, de ambos lados de la frontera, es bien fuerte.

Fui llegando a eso de las 12:00 al Río San Miguel, frontera entre Colombia y Ecuador. Se nota que las relaciones entre ambos países están bien. Aparte de un puñado de policías de cada lado del puente no hay mayor presencia de oficiales en el lugar. Se ven muchos carros con placa ecuatoriana en el lado colombiano y las oficinas de migración y aduana de ambos países comparten un mismo edificio, ubicado 3 km adentro de Ecuador.

El detalle fue que llegué a migración a las 12:40 y esa es hora de almuerzo hasta las 13:00. El funcionario de migración colombiana llegó a atender a las 13:20 y para las 13:50 ya estaba montado en el carro manejando por Ecuador. En media hora se hizo migración y aduana de dos países. ¡Increíble!

El cambio de Colombia a Ecuador es sutíl, pero visible. En Ecuador las calles parecen ser mejores, las ciudades fronterizas son más bonitas, hay menos motos y la gente maneja más tranquila. De la frontera manejé hasta la Ciudad de Coca y aquí ya afinqué para buscar quién me lave la ropa. El plan es buscar ya mañana hacia el lado de la selva, ver si encuentro algún tour en panga por los ríos y ya veremos que más se puede hacer por acá.

¿Se puede pedir más conveniencia? A la izquierda, migración colombiana. Cinco pasos a la derecha, migración ecuatoriana. No encuentro una sóla razón para que las cosas no puedan ser así en todo lado.

¿Al Coca o a la Choza?

 
Espero que no llueva por acá. Definitivamente no parece el caso.

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