24 abril 2017

Frasco por Suramérica - 12 - De El Coca a Collaquí

Hay momentos cada cierta cantidad de días en los que no sé en qué dirección seguir el viaje. Uno ve el mapa y todos los lugares parecen similares. Particularmente cuando uno está lejos de los sitios más turísticos, la respuesta nunca es obvia. A veces termino haciendo lo que se me ocurre, como simplemente cruzar la montaña por el primer camino que vea en el mapa. Otras veces recurro al inet, a través de la aplicación iOverlander, y simplemente busco lugares que tengan hosteles o lugares para acampar recomendados. Me niego a usar Tripadvisor o Lonelyplanet simplemente porque nunca parecen recomendar nada que a mi me parezca atractivo, además que los lugares que ahí menciona siempre están llenos de turistas.

Por alguna razón, en Colombia me fue muy fácil decidir mi ruta, si bien la iba cambiando cada día según mi propio antojo, era la gente que me iba encontrando en la calle, turistas y locales por igual, los que me daban opciones e ideas de para qué lado seguir. En Ecuador no me ha venido tan natural por alguna razón, y justo así fue como llegué a El Coca, cuyo nombre oficial es Puerto Francisco de Orellana.

Dando vueltas por Ecuador

Días 1 a 3 - El Coca.

Cruzando la frontera del Río San Miguel, yo sabía bien que estaba en terreno aledaño a la Amazona Ecuatoriana. Pero ¿cuál de todos los pueblos será más representativo? iOverlander mencionaba El Coca. De ahí se pueden conseguir los tours al Parque Nacional Yasuní, que parece ser el punto más representativo de la Amazonia en Ecuador, completo con selva vírgen e indígenas "no civilizados" (nótese las comillas). Los tours varían de un día a hasta diez, dependiendo de lo que el turista quiera ver y cuánto quiera adentrarse en la selva.

Ahora, una vez en El Coca conseguir el tour no es tan fácil. El Coca es una ciudad petrolera, llena de predios con equipo de extracción o transporte para el oro negro. La ciudad, sin embargo, ha sentido en los últimos años el golpe de la baja en los precios del crudo y hace esfuerzos incipientes por diversificar su economía. La opción del turismo les es natural y atractiva, pero topa con dificultades varias en su desarrollo. En primer lugar, los indígenas nativos, desconfiados de los extranjeros y de la influencia que pueden generar sobre sus jóvenes, con toda razón son reacios a abrirle la puerta a fuerzas que luego van a ser incapaces de controlar. Muchos prefieren vivir alejados e incomunicados de cualquier vestigio de "civilización". Otros han visto las ventajas que trae el turismo, trabajo, y apartir del trabajo bienestar general; sin mencionar la oportunidad de contar su historia al mundo.

Lo cierto es que El Coca es una ciudad de tamaño mediano, sin hoteles grandes ni lujosos, en el que la única zona turística viene a ser la cercanía del malecón, un esfuerzo municipal que ha remodelado la zona a un bulevar bonito y bien cuidado, con cuatro o cinco discotecas, y quizás la misma cantidad de operadores turísticos. En el resto de la ciudad el turista se siente fuera de lugar, envuelto en el día a día de la ciudad petrolera. Fueron varias las veces que los locales me hablaron muy bien de Costa Rica, el cuál les han vendido como un ejemplo a seguir en turismo ecológico sostenible y una industria turística que ellos aspiran a imitar y sobrepasar.

El Río Napo desde el Malecón de El Coca

La segunda gran dificultad para conseguir un tour vino después de encontrar las oficinas de los operadores. Los tours están diseñados para un mínimo de cuatro o cinco personas. En cualquier lugar turisteable, uno simplemente se pega a algún tour que ya lleve un grupo. Pero en El Coca, ya fuera porque están fuera de temporada o por alguna otra razón, no se veían grupos de turistas buscando viajar al Yasuní. Me tocó esperar que algún agente me llamara diciendo que tenía un grupo y tomar el tour que ese grupo hubiera escogido. Así fue como me tocó ir a YasuníLand.

Este es un esfuerzo comunitario en el que han destinado un área cercana a la ciudad para destino turístico. La finca, ubicada a menos de un kilómetro del malecón por el Río Napo, se preserva como bosque húmedo primario en su mayoría y ahí se pueden ver muchas de las plantas más representativas de la Amazonia Ecuatoriana mientras se camina por un cómodo sendero adoquinado y se es comido vivo por todos los tipos de moscos y mosquitos que el trópico puede ofrecer. El sendero tendrá quizás unos dos kilómetros de largo y es totalmente plano (cosa que mi pie lesionado agradeció). Ofrece además el atractivo de una torre de observación de 40 m de alto, al lado de un Ceibo Amazónico Gigante, desde donde se puede observar sobre la jungla en todas direcciones. YasuníLand es como tal un esfuerzo interesante si bien incipiente, pero que para alguien que ya ha sendereado por alguno que otro bosque tropical húmedo en su vida, no ofrecerá gran atractivo a menos que esté especialmente interesado en las variedades locales de flora.

Una de esas hormigas que lo pican a uno y duele por el resto de la eternidad.

El Río Napo desde la Torre de Observación de YasuníLand

Enrique el Kichwa. Chamán. Iwia. Lanchero. Guía Turístico. Mecánico. Promotor del turismo en Yasuní. Padre de cinco.

El mono Domingo.

Otra situación muy curiosa de El Coca fueron las historias sobre los Iwias. Oficialmente estos son un comando de élite mayoritariamente indígena del ejército ecuatoriano, especializado en el combate selvático. Las leyendas van más allá del comando militar. Los locales hablan de que son los indígenas los que entrenan en combate selvático a las fuerzas especiales del ejército y no al revés. Los indígenas que entrenan a los soldados forman supuestos grupos paramilitares anónimos que observan y protegen los intereses de de los nativos y que supuestamente hacen su propia ley en la selva. Los indígenas locales hablan de gente que hace daño al pueblo, grupos que roban niños o trafican órganos, desapareciendo misteriosamente y sin rastro. Hablan de hombres que han hecho daño a los locales muriendo en accidentes de tránsito misteriosos. Todo son historias, pero en lo que todos coinciden es que en la selva quien hace la ley son los paramilitares indígenas y no el gobierno. Cuando los indígenas hablan de esto lo hacen en voces cargadas de orgullo y misterio.

Pero también hablan con rabia del gobierno, de la colonización, de la exploración petrolera, de la fundación de las ciudades como El Coca y la apertura de las fincas en la jungla y cuando usan los términos "civilizado" o "no civilizado" para referirse a los indígenas que viven al estilo occidental o al estilo nativo. Se nota, incluso en la superficie de lo que uno puede observar en dos o tres días, que hay multitud de resentimientos vivos en la gente. Se nota que, a pesar de ser legalmente ecuatorianos, ellos no se sienten iguales a un Quiteño y probablemente no se sienten representados por el gobierno.

Días 4 y 5 - De El Coca a Quito.

Saliendo de El Coca hacia el Oeste hay una buena carretera por Lereto a salir a Jondachi, pero también hay un camino que no sale en los mapas y que comunica El Coca con Misahuallí y Puerto Napo. Por ahí decidí salir.

El camino en principio está bien asfaltado (con algunos pequeños tramos totalmente destruídos eso sí) hasta el cruce que lleva a Cacique. De ahí se convierte en lastre casi hasta el final, donde están arrancando a asfaltae por primera vez. El camino pasa por cantidad de comunidades indígenas, ahora sí, de los que trabajan la tierra, no de los que salen en NatGeo ni de los que bailan con trajes típicos en los tours. Ahí se da uno una pequeña impresión de cómo viven en realidad. La cantidad de carros que pasa por ahí es risible, el bus pasa cuando se le ocurre. Me tocó dar ride a una familia de tres, que llevaban una hora caminando y les quedaba al menos una hora más para llegar a su casa. Luego me pidió ride un hombre que llevaba cinco bolsas con arroz de 100 libras cada una. A este era imposible llevarlo con tal carga. Dos señoras hicieron seña pero iban en otra dirección a la que llevaba yo. Una señora que iba para la reunión de padres de familia de sus hijos. Otra señora que caminaba a almorzar a su casa con machete en mano y totalmente sudada. Todos preguntan cuánto se debe por el ride, yo soy incapaz de cobrarles cuando se nota la pobreza en la que viven y que andan en la calle trabajando honradamente.

El camino entre Coca y Misahuallí.

 
Los caseríos indígenas.

El Alianz Arena.

En Puerto Napo tocó tomar decisión. ¿Agarro hacia el sur siguiendo por el borde de la jungla Amazónica? ¿O agarro hacia el norte hacia Quito? Decidí hacer el viejo Zigzag, subir a Quito y bajar por otra calle a salir unos 70 km al sur de Puerto Napo en unos días. La carretera rápido empieza a subir los Andes y rápido está uno muerto de frío en el páramo andino. Viendo la hora y calculando que iba a entrar a Quito anocheciendo, sin tener hospedaje reservado ni conocer la ciudad, decidí quedarme en un área para acampar en el páramo. La noche estuvo fría y lluviosa, bajo los 10°C. Tuve chance de probar con éxito el sleeping que compré en Bogotá para climas fríos y hacer nota de un par de cosas más que me hacen falta para acampar cuando uno se está congelando. Sigo insitiendo que acampar en soledad en la montaña es de lo mejor que hay.

¡Y no me voy encontrando con una Ciudad llamada Archidona!

 Eso debe ser un volcán. Ni idea cuál sería.

Acampando en el páramo. Por dicha estaba ese techo porque el aguacero fue bravo en la noche.

Aguardiente anisado, aceitunas enteras, fogata, frío y Dune, de Frank Herbert.

Lago Papallacta

El día siguiente, ya con buen tiempo seguí hacia Quito. Es curioso como dije que iba a evitar pasar por las grandes ciudades, y sin embargo de tres países que he visitado, llevo tres capitales por las que he pasado.

Quito es grande, y está en un altiplano cortado a la mitad por cerros. Los suburbios del este se ven preciosos desde la altura. Ordenados, con abundantes zonas verdes. La autopista que ingresa a Quito es envidiable. Pero ya después de subir a los cerros y bajando hacia el centro de Quito esto se convierte en una pesadilla para quien no conoce. La ciudad no está formada en cuadras, gracias a los abundantes y dramáticos cambios de altura que tiene el terreno. Las avenidas serpentean por la ciudad, agarran al norte, dan la vuelta al sur, vuelven a bajar al este. Las calles son angostas, con giros abruptos y cerrados. Legalmente no veo cómo se pudo haber hecho un mejor trabajo considerando la dificultad del terreno y el tamaño de la Ciudad.

Quito es tranquilo. Si bien se ve mucha gente, no se ven casi motos, y se ven pocos carros en realidad. La gente camina despacio, maneja despacio. No hay pitazos en cada esquina. A simple vista el quiteño parece tener una vida sin carreras y eso hace de la ciudad un ambiente tranquilo.

Quito es inseguro, o al menos la gente le mete miedo a uno. El quiteño no recomienda caminar, particularmente de noche y se me insistió mucho que agarrara taxi cuando salí del bar el viernes. El centro histórico es la excepción y es definitivamente un área en el que uno está mejor sin carro que montado en uno.

Manejando por el páramo.

¡Mi primera IncaKola!

Mercado Central de Quito.

El día que me atacó una bandada de pájaros.

La Basílica de Quito.

En vez de gárgolas de demonios y ángeles, está adornada con animales tropicales.

Eso sobre el Cerro Panecillo, no es un ángel. Es una Vírgen María alada, según el Apocalipsis.

La Vírgen Apocalíptica.

La Ciudad de Quito desde el Cerro Panecillo.

El Jimny desde las alturas.

Clásico del Frasco, el turismo citadino se vino abajo rápido. Esta vez mis amigos Jon y Jenna me ofrecieron un campo en la casa de su amigo Dave, hecha con sus propias manos (y luego cuando se aburrió con las manos de voluntarios internacionales) en barro y madera (realmente impresionante), y ubicada en Collaquí, cerca del suburbio de Tumbaco, a una media hora en carro de Quito. La casa estaba llena con además una pareja de británicos y otra pareja de gringos. El ambiente era de puro hostel.

Pero ya ahora sí, listo para seguir. Hoy amanecí con ánimo para el Volcán Cotopaxi. Ahí luego veremos que pasa.

Jon y Jenna.

La sala de la casa de Dave.

La casa de barro y madera.

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