29 abril 2017

Frasco por Suramérica - 13 - De Collaquí a Cuenca

Zigzagueando por los Andes.

Día 1 - e Collaquí a Cotopaxi

Claramente Frasco no tenía ni idea de qué era Cotopaxi. Nunca lo había escuchado mentar. Y entonces viene el bueno de Jon y pregunta si yo iba a pasar por Cotopaxi. Después de que me explicó qué era el mentado Cotopaxi y viendo un par de fotos en inet, decidí que era un buen destino.

Así que, pasando por Quito de nuevo y tomando la famosa Carretera Panamericana hacia el sur, poco a poco fui subiendo la Cordillera de los Andes debajo de tremendo aguacero. La autopista que baja de Quito hacia el sur es fantástica, a tres o cuatro carriles por vía, si bien los carriles son un poco más estrechos de lo que me gusta. Permite ver y entender la inmensidad de Quito, que corre por kilómetros sobre el altiplano hasta que finalmente uno empieza a bajar hacia un valle. Ya ahí la zona se nota más rural y lo que sigue es una subida apenas perceptible, que va alcanzando otro altiplano.

El Jimny ahí me falló, y todo el camino hasta que salí de la autopista para agarrar la secundaria que lleva a la entrada del parque, el carro venía totalmente ahogado, sin potencia, esforzándose por alcanzar 60 kph en pista.

- ¿Qué putas tendrá este carro ahora?

Claro, todo fue lógica cuando llegué a almorzar y la mesera me dice que estoy sobre los 3000 msnm. El carro viene obviamente agachado por efecto de la densidad de aire y yo queriendo que corra a teja en la pista.

El Parque Nacional Cotopaxi es probablemente la envidia de todo administrador de parque nacional del mundo. Es un parque grande, con muchas comodidades para los guardaparques, calles en perfecto estado, servicios varios, señalización luminosa energizada gracias al sol, y totalmente gratuito para sus visitantes. Después de entrar al parque se sigue por calle asfaltada por varios kilómetros hasta que se convierte en calle de arena, pero aún así es una calle perfectamente plana y transitable en cualquier vehículo (excepto motos de más de 300 kg). Lo recibe a uno un bosque de pinos que sube la ladera hasta dar paso al páramo andino. Ahí hay espacios para acampar, con baños y área para cocinar, pero sufcientemente amplio como para que uno pueda acampar hasta a 500 m de los servicios. Ahí monté la tienda y pasé la noche de 7°C.

La administración del parque tuvo la delicadeza de enviar un guardaparques a hacer revisión sorpresa a eso de las 18:00, con lo que mi botella de aguardiente fue decomisada. Por lo demás, en el área de acampar abundan los conejos salvajes y ver las estrellas de noche es espectacular aunque salir de la tienda de noche es atentar contra la vida misma. Lo que nunca se despejó, fue la vista del volcán desde el área para acampar.

La calle dentro del Parque Nacional Cotopaxi. Completa con pintura, ojos de gato, ciclovía, caños de concreto.

La línea del bosque de pinos, dándole lugar al páramo.

Acampando gratis.

El Volcán, tan despejado como estuvo ese día.

Ese montón de sopas potenciales en su hábitat.

El día siguiente, temprano tocó salir hacia el volcán. El camino es lejos, pasando por una sabana de altura llena de lagos, ganado y caballos salvajes. Pronto se empieza a subir sobre las faldas del vocán, hasta un último punto de parqueo a partir del cuál hay que seguir a pie. El sendero llega hasta un refugio que está a 4864 msnm y aunque son apenas como 800 m, la subida me tomó como una hora. Entre el pie molestándome, el mes que llevaba sin caminar ni 100 m, el sendero hecho de tierra totalmente suelta en la que uno resbala todo el camino, la pendiente y el aire ralo; no creo haber hecho 800 m más duros que esos en la vida. Sí lo vale, las vistas son hermosas y la sensación de logro es gigantesca. En un par de meses ya van a abrir el refugio para huéspedes. A partir de ahí va a ser posible hacer la caminata de seis horas hasta la cumbre del volcán. Si al regresar estoy en mejor condición, es algo que vale la pena hacer.

La sabana de altura a las siete de la mañana.

Las famosas vacas mechudas de los Andes.

Por la mañana el Cotopaxi sí estaba más despejado.

Vi un venado, el venado vio un Frasco. Todos ganan.

A mi me sorprende como muchas veces la gente se concentra en una sóla cosa, como por ejemplo un volcán nevado, y se pierde la vista hacia el otro lado.

La foto con el refugio de fondo. El volcán supuestamente iba a salir también, pero la nube decidió lo contrario.

Día 2 - De Cotopaxi a Río Verde

Después de subir a las faldas del volcán, recogí la tienda e hice camino. El plan era tomar la siguiente carretera mapeada que cruzara los Andes hacia el este para regresar a la Amazonia. Por casualidad la carretera en cuestión fue la que pasa por Baños.

Baños es un pueblo de esos que se han volcado a la industria turística de hace poco. Ecuador definitivamente descubrió su potencial turístico y lucha por desarrollarlo. Baños es un ejemplo de esta lucha. Un pueblo, pequeño, desordenado, incluso feo, que presenta cantidad de actividades de aventura para el turista. Escalada, canopy, rafting, alquiler de boogies, mecedoras sobre abismos; Baños ofrece una serie de actividades de aventura sin llegar al nivel de un San Gil (Colombia) o una Fortuna (Costa Rica).

Por Baños pasé de largo, y desués de lanzarme en el (supuestamente) canopy más largo de todo Ecuador, llegué a un camping en Río Verde. Otra enorme casualidad fue que ese es el hogar del Pailón del Diablo. Camping Paraíso resultó ser espectacular y en vez de quedarme una noche terminé quedándome tres noches. Aparte de eso el Pailón es también un lugar simplemente de otro mundo. Por la ridícula entrada de $1.5 uno ve de cerca un espectáculo natural inolvidable.

- ¡Puta! ¡Qué bien cuando uno paga una entrada y de verdad lo vale! - me dejé decir.
- ¡Síiiii! - Dijo Denise, la brasileña con su esposo me invitaron a acomañarlos a la catarata - No como la Cueva del Milodón...
¡Aparentemente no sólo yo pienso eso...

Frasco en el canopy. Para los que no vieron el vídeo.

Esos edificios en el fondo del cañón son los observatorios construidos para el pailón.

La cascada.

Y uno puede entrar detrás de la cascada. Buena empapada eso sí.

La cascada de lejos. Vale la pena, al chile.

Día 5 - De Río Verde a Alausí

Al fin, depués de varios días en Río Verde decidí seguir camino al sur. Primero tenía que terminar el recorrido al este y seguir por la Amazonia hacia el sur, para a la primera oportunidad, tomar oeste y volver a cruzar Los Andes. En el camping me recomendaron mucho ir a Cuenca.

Así que seguí hasta Puyo y de ahí al sur. Después de dar ride a una señora y su hija hasta Macas, y de preocuparme por un sonido que aparentemente venía del amortiguador delantero-derecho, agarré la carretera con dirección a Ríobamba. Esta carretera tiene unos paisajes inceríbles, pasando por un parque nacional y por el páramo andino.

El viaje habría sido perfecto excepto porque el Jimny, que en Macas dijo tener todavía un tercio de tanque lleno, decidió pedir gasolina 30 km más tarde, en medio del páramo. Obviamente eso no era suficiente para realmente hacer mención en este blog, así que además llovía, había derrumbes (y bien grandes) por todo lado, había neblina y sólo para cerrar me dio sueño. Me tocó bajrme en el pueblo de Altillo (Pueblo que ni siquiera aparece en GoogleMaps, ergo probablemente no exite y es sólo producto de mi imaginación) y buscar quién me vendiera gasolina de contrabando. Después de media hora dando vueltas por la pampa andina al fin mi nuevo amigo Humerto me ayudó a encontrar quién me vendiera gas y pude seguir. Cinco horas dijo Humberto que tardaba a Cuenca, y como era obvio que no iba a llegar ese día, me recomendó quedarme en Alausí, un pueblo "muy muy turístico" según él.

Desde la carretera la vista al este es la de kilómetros de jungla. Ahí arranca la selva amazónica.

Arriba en el páramo las vistas son de verdad espectaculares.

La montaña en su esplendor.

El pueblo de Altillo... o era Atillo. En medio del páramo.

Me fui en el bluff... 15 minutos buscando las tales dunas. El espíritu de la cueva del milodón vive en este rótulo.

Llegar a Alausi en medio de la niebla, de noche, a buscar dónde quedarse. Mi esperanza de un viernes de fiesta uedó sepultada rápidamente.

Día 6 - De Alausí a Cuenca

Alausí es un pueblo... turístico... o bueno, un intento de eso. El pueblo e pequeño, dominado por la estatua de San Pedro en una colina cercana. El pueblo es bonito, pequeño y acomodado en el fondo de un pequeño valle en medio de Los Andes. Pero realmente no hay mucho que hacer. Su principal atractivo es el famoso tren de la Nariz del Diablo.

Esta historia ya yo la había escuchado antes, y de verdad es curioso que cayera yo a Alausí de pura casualidad a encontrarme el famoso tren de la Nariz del Diablo. Se trata de un tren que comunica Los Andes con el Pacífico. En este lugar la pendiente era tan empinada que no había manera de que el tren bajara hasta el río ni en línea recta ni serpenteando. Los ingenieros se inventaron una especie de zig zag en la que el tren hacía recorridos hacia adelante y en reversa hasta llegar al fondo del cañón. El tren aún funciona a manera de atractivo turístico, pero cobra $31 por el recorrido y ahí murió mi interés.

La estatua a San Pedro.

El pueblo de Alausí desde la colina. Ojo a San Pedro.

Me puse ya en dirección sur hacia Cuenca. Entre estos dos días creo que ha sido la vez que más derrumbes seguidos he visto en la vida. Esto me lleva a que hay varias diferencias entre las carreteras en Colombia y en Ecuador. Si bien las carreteras ecuatorianas parecen estar en mejor estado general, y no hay pasos regulados en ningún lado; los colombianos las tienen mucho mejor señalizadas y los hundimientos en las carreteras ecuatorianas me han hecho pasar por un par de aterrizajes forzosos sin advertencia alguna. Lo que tienen en común ambos países es que son muy propensos a derrumbes, pequeños y grandes. De verdad que andar en la calle con lluvia es un atentado.

El primer paso regulado que veo en Ecuador. También el primer derrumbe que veo que se atienda con maquinaria.

a
Luego me atacó la neblina. De las más densas que he visto. ¿Derrumbes por todo lado y neblina así de brava? No, gracias.

Sanutario de la Vírgen del Rocío en Biblián. De lejos, no me acerqué.

Y listo. Cuenca parece ser la ciudad latinoamericana más ordenada que yo haya visto. Tiene un aire más a ciudad gringa. Esta sí es una ciudad turística en serio y de hecho en los primeros tres hosteles a los que entré no había campo ni en cuarto compartido. Mañana veremos qué pitos toca el tal Cuenca.

¡Salud!

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